Post-scriptum sobre las sociedades de control
*Gilles Deleuze**
Resumen:
La tesis
central de este artículo es que “los centros de encierro” disciplinarios
descritas por Foucault: “cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia,
atraviesan una crisis generalizada”. Vivimos la decadencia de la “sociedad
disciplinaria”, que fue “la sucesora de las sociedades de soberanía”, cuyos
fines y funciones eran completamente distintos. Estas surgieron en los siglos
XVII y XVIII hasta mediados del XX, y fueron el tema central de las
investigaciones de Foucault. La sociedad actual es denominada como “sociedad de
control” y éste se ejerce fluidamente en espacios abiertos, en forma
desterritorializada, mediante los psico-fármacos, el consumo televisivo, el
marketing, el endeudamiento privado, el consumo, entre otras modalidades.
Lo
esencial en ellas son las cifras fluctuantes e intercambiables como las que
muestran el valor de una moneda en las otras, el movimiento incesante del surf
que sustituye los deportes lentos y estratégicos como el box. Las fábricas son
reemplazadas por las empresas, que son formaciones dúctiles y cambiantes, las
máquinas simples por sistemas computarizados de producción y control.
La
in-dividualidad es sustituida por “divuales” externos, informatizados e
informatizables, que se desplazan en un espacio virtual.
Palabras
claves:
sociedad disciplinaria, sociedad de control, individualidad, fluidez.
Historia
Foucault
situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVII y XIX, y estas
sociedades alcanzan su apogeo a principios del siglo XX. Operan mediante la
organización de grandes centros de encierro. El individuo pasa sucesivamente de
un círculo cerrado a otro, cada uno con sus propias leyes: primero la familia,
después la escuela (“ya no estas en la casa”), después el cuartel (“ya no estas
en la escuela’’), a continuación la fábrica, cada cierto tiempo el hospital, y
a veces la cárcel, el centro de encierro por excelencia.
Todos
los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada: cárcel, hospital,
fábrica, escuela, familia. La familia es un (espacio) “interior” en crisis,
como lo son los demás (espacios) interiores (el escolar, el profesional, etc.).
Los ministros competentes anuncian constantemente las supuestamente necesarias
reformas. Reformar la escuela, reformar la industria, reformar el hospital, el
ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos largo, estas
instituciones están acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y
mantener a la gente ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas que están
llamando a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control, que están
sustituyendo a las disciplinarias. “Control” es el nombre propuesto por
Burroughs para designar al nuevo monstruo que Foucault reconoció como nuestro
futuro inmediato. También Paul Virilio ha analizado continuamente las formas
ultrarrápidas que adopta el control “al aire libre” y que reemplazan a las
antiguas disciplinas que actuaban en el período de los sistemas cerrados. No
cabe responsabilizar de ellas a la producción farmacéutica, a los enclaves
nucleares o a las manipulaciones genéticas, aunque tales cosas estén destinadas
a intervenir en el nuevo proceso.
Lógica
Los
diferentes internados o centros de encierro por los que va pasando el individuo
son variables independientes: se sobreentiende en cada ocasión un comienzo
desde cero, y, aunque existiese un lenguaje común a todos los centros de
encierro, es un lenguaje analógico. En cambio, los diferentes “controladores”
son variantes inseparables que constituyen un sistema de geometría variable
cuyo lenguaje es numérico. Los encierros son moldes o moldeados diferentes,
mientras que los controles constituyen una modulación, como una suerte de molde
autodeformante que cambia constantemente y a cada instante, como un tamiz cuya
malla varía en cada punto. Se puede apreciar sin dificultad en los problemas de
los salarios: la fábrica era un cuerpo cuyas fuerzas interiores debían alcanzar
un punto de equilibrio, lo más alto posible para la producción, lo más bajo
posible para los salarios; en una sociedad de control, la fábrica es sustituida
por la empresa, y la empresa es un alma, es etérea. Es cierto que ya la fábrica
utilizaba el sistema de las primas y los incentivos, pero la empresa se
esfuerza con mayor profundidad en imponer una modulación de cada salario, en
estados siempre metaestables que admiten confrontaciones, concursos y premios
extremadamente cómicos. El éxito de los concursos televisivos más estúpidos se
debe a que expresan adecuadamente la situación de las empresas. La fábrica
hacía de los individuos un cuerpo, con la doble ventaje de que, de este modo,
el patrono podía vigilar cada uno de los elementos que formaban la masa y los
sindicatos podían movilizar a toda una masa de resistentes. La empresa, en
cambio, instituye entre los individuos una rivalidad interminable a modo de
sana competición, como una motivación excelente que contrapone unos individuos
a otros y atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente. El
principio modulador de que los salarios deben corresponderse con los méritos
tienta incluso a la enseñanza pública: de hecho, igual que la empresa toma el
relevo de la fábrica, la formación permanente tiende a sustituir al examen. Lo
que es el medio más seguro para poner la escuela en manos de la empresa.
En
las sociedades disciplinarias siempre había que volver a empezar (terminada la
escuela, empieza el cuartel, después de éste viene la fábrica), mientras que en
las sociedades de control nunca se termina nada: la empresa, la formación o el
servicio son los estados metaestables y coexistentes de una misma modulación,
una especie de deformador universal.
Las
sociedades disciplinarias presentan dos polos: la marca que identifica al
individuo y el número o la matrícula que índica su posición en la masa. Para
las disciplinas, nunca hubo incompatibilidad entre ambos, el poder es al mismo
tiempo masificador e individuante, es decir, forma un cuerpo con aquellos sobre
quienes se ejerce al mismo tiempo que moldea la individualidad de cada uno de
los miembros (Foucault, encontraba el origen de este doble objetivo en el poder
pastoral del sacerdote -el rebaño y cada una de las ovejas-, si bien el poder
civil se habría convertido, por su parte y con otros medios, en un“pastor” laico).
En cambio, en las sociedades de control, lo esencial ya no es una marca ni un
número, sino una cifra: la cifra es una contraseña, en tanto que las sociedades
disciplinarias están reguladas mediante consignas, tanto desde el punto de
vista de la integración como desde el punto de vista de la resistencia a la
integración. El lenguaje numérico de control se compone de cifras que marcan o
prohíben el acceso a la información. Ya no estamos ante el dualismo
«individuo-masa». Los individuos han devenido “dividuales” y las masas se han
convertido en indicadores, datos, mercados o “bancos’’. Quizá es el dinero lo
que mejor expresa la distinción entre estos dos tipos de sociedad, ya que la
disciplina se ha remitido siempre a monedas acuñadas que contenían una cantidad
del patrón oro, mientras que el control remite a intercambios fluctuantes,
modulaciones en las que interviene una cifra: un porcentaje de diferentes
monedas tomadas como muestras. El viejo topo monetario es el animal de los
centros de encierro, mientras que la serpiente monetaria lo es de las
sociedades de control. Hemos pasado de un animal a otro, del topo a la
serpiente, tanto el régimen en el que vivimos como en nuestra manera de vivir y
en nuestras relaciones con los demás. El hombre de la disciplina era un
productor discontinuo de energía, pero el hombre de control es más bien
ondulatorio, permanece en órbita, suspendido sobre una onda continua. El surf
desplaza en todo lugar a los antiguos deportes.
Es
sencillo buscar correspondencias entre tipos de sociedad y tipos de máquinas,
no porque las máquinas sean determinantes, sino porque expresan las formaciones
sociales que las han
originado
y que las utilizan. Las antiguas sociedades de soberanía operaban con máquinas
simples, palancas, poleas, relojes; las sociedades disciplinarias posteriores
se equiparon con máquinas energéticas, con el riesgo pasivo de la entropía y el
riesgo activo del sabotaje; las sociedades de control actúan mediante máquinas
de un tercer tipo, máquinas informáticas y ordenadores cuyo riesgo pasivo son
las interferencias y cuyo riesgo activo son la piratería y la inoculación de
virus.
No
es solamente una evolución tecnológica, es una profunda mutación del
capitalismo. Una mutación ya bien conocida y que puede resumirse de este modo:
el capitalismo del siglo XIX es un capitalismo de concentración, tanto en
cuanto a la producción como en cuanto a la propiedad. Erige, pues, la fábrica
como centro de encierro, ya que el capitalista no es sólo propietario de los
medios de producción, sino también, en algunos casos, el propietario de otros
centros concebidos analógicamente (las casas donde viven los obreros, las
escuelas). En cuanto al mercado, su conquista procede tanto por especialización
como por colonización, o bien mediante al abaratamiento de los costos de
producción. Sin embargo, en la actual situación, el capitalismo ya no se
concentra en la producción, a menudo relegada a la periferia tercermundista,
incluso en la compleja forma de producción textil, metalúrgica o petrolífera. Es
un capitalismo de superproducción. Ya no compra materias primas ni vende
productos terminados o procede al montaje de piezas sueltas. Lo que intenta
vender son servicios, lo que quiere comprar son acciones.
No
es un capitalismo de producción sino de productos, es decir de ventas o de
mercados. Por eso es especialmente disperso, por eso la empresa ha ocupado el
lugar de la fábrica. La familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son
medios analógicos distintos que convergen en un mismo propietario, ya sea el
Estado o la iniciativa privada, sino que se han convertido en figuras cifradas,
deformables y transformables, de una misma empresa que sólo tiene
administradores. Incluso el arte ha abandonado los círculos cerrados para
introducirse en los circuitos abiertos de la banca. Un mercado se conquista
cuando se adquiere su control, no mediante la formación de una disciplina; se
conquista cuando se puede fijar los precios, no cuando se abaratan los costos
de producción; se conquista mediante la transformación de los productos, no
mediante la especialización de la producción. La corrupción se eleva entonces a
una nueva potencia. El departamento de ventas se ha convertido en el centro, en
el “alma”, lo que supone una de las noticias más terribles del mundo.
Ahora,
el instrumento de control social es el marketing, y en él se forma la raza
descarada de nuestros dueños. El control se ejerce a corto plazo y mediante una
rotación rápida, aunque también de forma continua e ilimitada, mientras que la
disciplina tenía una larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no
está encerrado sino endeudado. Sin duda, una constante del capitalismo sigue
siendo la extrema miseria de las tres cuartes partes de la humanidad, demasiado
pobres para endeudarlas, demasiado numerosas para encerrarlas: el control no
tendrá que afrontar únicamente la cuestión de la difuminación de las fronteras,
sino también la de !os disturbios en los suburbios y guetos.
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